El proceso de aprendizaje no puede ser denotado como superficial, al contrario pocas veces reflexionamos o comprendemos como el ser humano aprende, pues el desconocimiento de las teorías cognitivas nos hace iletrados en ese sentido. Los principales procesos cognitivos inherentes a la naturaleza humana maduran de manera ordenada en el desarrollo humano y las experiencias pueden acelerar o retardar el momento que estos hagan su aparición, llevando finalmente al complejo proceso denominado Aprendizaje. La información (datos) que recibimos de nuestro contexto social y ambiental, es por lo general no apreciada hasta que ésta nos da utilidad.
En este proceso educativo entendemos como competencia, a una construcción social de interacción reflexiva y funcional de saberes significativos, cognitivos, procedimentales, actitudinales y meta cognitivos enmarcada en principios ,valores, que generan evidencias articuladas y potencia actuaciones transferibles a distintos contextos apoyadas en el conocimiento situacional (contextual y correccional), identificados a través de evidencias transformadas en realidad.
En la competencia podemos distinguir diferentes tipos de saberes (interacción); el sujeto es consciente de cómo y por qué se aprendió (meta cognición) y de qué formas se dan estas relaciones, además de identificar las posibilidades de mejora (reflexión). Saber, poder, y querer se alinean rumbo a un mismo objetivo (funcionalidad). Está presente un conocimiento de base, pero también un conocimiento que se desarrolla en la propia aplicación o realización de determinada actividad, dando como resultado la improvisación sustentada (conocimiento situacional). Es conveniente examinar la naturaleza del conocimiento y no sólo utilizarlo como una herramienta disponible (Edgar Morín); así los saberes implícitos en la competencia considerarían un meta conocimiento en el que se es capaz de reconocer e identificar el error y la ilusión, y un saber estratégico, que hace "referencia al saber implícito del experto que está en la base de su capacidad de utilizar conceptos, hechos, y procedimientos a fin de realizar tareas y resolver problemas".
Es aquí donde las estrategias de enseñanza como docentes surgen con gran relevancia, pues el planificar contenidos que sean útiles y lúdicos para nuestros alumnos, es un reto; ubicarlos en situaciones problemáticas reales de la vida cotidiana o global y obtener soluciones y aprendizajes significativos, significa como docentes estar al lado de ellos para aprender también y reflexionar de los errores y los éxitos.
El evaluar el conocimiento no debe basarse tan sólo en lo conceptual, pero cómo evaluar los procedimientos, actitudes y valores de los alumnos, cuando en ocasiones no somos justos y nos dejamos llevar por situaciones ajenas o que influyen en una ponderación. La evaluación es uno de los temas más complejos del quehacer educativo por qué en él intervienen factores institucionales, ideológicos, metodológicos y personales. La evaluación no sólo consiste en aplicar técnicas novedosas, sino que debe llevarse a la reflexión en torno a ella desde el servicio docente, sin dejar de considerar el contexto que la rodea. Calificar, medir, acreditar, certificar, retroalimentar y tomar decisiones son facetas de la evaluación, que integradas adecuadamente en el proceso educativo pueden acercar más a los procesos de formación, pues se trata de evaluar para construir la experiencia, para intentar hacerla más cercana a lo que en verdad sucede en un proceso de desempeño de los alumnos, para que se transforme en un intento por ver, reconocer, validar, y emitir un juicio, en un momento determinado del aprendizaje asimilado, expresado y reconstruido por parte de nuestros alumnos.
En este proceso educativo entendemos como competencia, a una construcción social de interacción reflexiva y funcional de saberes significativos, cognitivos, procedimentales, actitudinales y meta cognitivos enmarcada en principios ,valores, que generan evidencias articuladas y potencia actuaciones transferibles a distintos contextos apoyadas en el conocimiento situacional (contextual y correccional), identificados a través de evidencias transformadas en realidad.
En la competencia podemos distinguir diferentes tipos de saberes (interacción); el sujeto es consciente de cómo y por qué se aprendió (meta cognición) y de qué formas se dan estas relaciones, además de identificar las posibilidades de mejora (reflexión). Saber, poder, y querer se alinean rumbo a un mismo objetivo (funcionalidad). Está presente un conocimiento de base, pero también un conocimiento que se desarrolla en la propia aplicación o realización de determinada actividad, dando como resultado la improvisación sustentada (conocimiento situacional). Es conveniente examinar la naturaleza del conocimiento y no sólo utilizarlo como una herramienta disponible (Edgar Morín); así los saberes implícitos en la competencia considerarían un meta conocimiento en el que se es capaz de reconocer e identificar el error y la ilusión, y un saber estratégico, que hace "referencia al saber implícito del experto que está en la base de su capacidad de utilizar conceptos, hechos, y procedimientos a fin de realizar tareas y resolver problemas".
Es aquí donde las estrategias de enseñanza como docentes surgen con gran relevancia, pues el planificar contenidos que sean útiles y lúdicos para nuestros alumnos, es un reto; ubicarlos en situaciones problemáticas reales de la vida cotidiana o global y obtener soluciones y aprendizajes significativos, significa como docentes estar al lado de ellos para aprender también y reflexionar de los errores y los éxitos.
El evaluar el conocimiento no debe basarse tan sólo en lo conceptual, pero cómo evaluar los procedimientos, actitudes y valores de los alumnos, cuando en ocasiones no somos justos y nos dejamos llevar por situaciones ajenas o que influyen en una ponderación. La evaluación es uno de los temas más complejos del quehacer educativo por qué en él intervienen factores institucionales, ideológicos, metodológicos y personales. La evaluación no sólo consiste en aplicar técnicas novedosas, sino que debe llevarse a la reflexión en torno a ella desde el servicio docente, sin dejar de considerar el contexto que la rodea. Calificar, medir, acreditar, certificar, retroalimentar y tomar decisiones son facetas de la evaluación, que integradas adecuadamente en el proceso educativo pueden acercar más a los procesos de formación, pues se trata de evaluar para construir la experiencia, para intentar hacerla más cercana a lo que en verdad sucede en un proceso de desempeño de los alumnos, para que se transforme en un intento por ver, reconocer, validar, y emitir un juicio, en un momento determinado del aprendizaje asimilado, expresado y reconstruido por parte de nuestros alumnos.